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Crear Hogar: todos los días un poco

En el comedor una mesa larga, muchas sillas como en las casa de las familias numerosas. Hay olor a tostadas y tranquilidad. Una pancarta grande con un collage de fotos en una de las paredes. Puertas ventanas que dan a un patio donde las adolescentes juegan al sol, en una mesa contigua alguien hace una tarea y se la muestra a José, quien asiente y dice “vas muy bien”.

Allí está Juana, “la señora de la casa de las adolescentes”. Trabaja desde hace 11 años en la Ciudad de los niños, llega cada mediodía y las espera con la comida lista a la salida de la escuela.

“Yo vine con la necesidad de ayudar y colaborar con el padre Barbero. Al principio no fue fácil, uno viene de un mundo casi armado y acá hay que jugar con la paciencia y con otros valores”. Quizás no es fácil porque hay que hacer “ese hogar” con olor a tostadas y ser “un poco la mamá” de 10 chicas de entre 10 y 21 años.

Uno le pregunta a Juana por su tarea y cuenta de forma sencilla algo que puede no serlo: “acompañarlas, estar, crear hábitosl”.

A la tarde cosen, Juana les enseña el perseverante arte del bordado mexicano, “los viernes a la tarde escuchamos música”, y muchos de los días asisten a diferentes talleres.

Juana reflexiona “por ahí la adolescencia es un momento difícil, no es fácil respetar lo que el otro quiere y ahí el adulto está para poner los límites y enseñar”.

Pero al final, hay recompensa: “por ahí insistis, insistis, un día te das vuelta y decís lo hizo… son pequeñas cosas que hacen a la vida cotidiana”.

En la casa del lado lo primero que llama la atención es hay más juguetes: en la mesa, en el piso, en los sillones, si uno no presta atención puede llevarse puesto un dragón o un tractor. Muchas mesas una al.lado de la otra, mas sillas. Es la casa de los varones, los pequeños. “El día es intenso” anticipa Graciela. Tiene 59 años y ya cumplió 10 trabajando en la Ciudad de los Niños. “yo retiro algunos del jardín y del primario en la escuela Fotheringam. Llegamos a la casa y ellos me re ayudan, es casi un juego, uno pone los vasos, otros los platos, son re colaboradores. A veces se pelean porque todos quieren hacer todo. En el mientras aprovecho a los más chiquitos les voy enseñando los colores, o a contar.”. En la casa viven 15 niños de entre 2 y 10 años.

El día a día es eso: compartir la mesa, los juegos, los abrazos. Algunos días luego de comer llega la hora de gimnasia, otros días ajedrez, inglés, clase de apoyo, los de 8 años catequesis, los más chiquitos duermen la siesta.

“Yo les enseñó por ejemplo hábitos de higiene, sentarse para ir al baño, cómo comer en la mesa, lavarse las manos”.

En el patio varias filas de ropa tendida, esperan a que la tarde pase para secarse. “Se ponen el lavarropas varias veces al día”, aclara Juana.

Como hermanos de diferentes edades pero con un juego en común los niños juegan en el piso: inventan pistas de autos, monstruos, máscaras. “Me siento plena”, dice Graciela, “si no tuviese que trabajar más extrañaría un montón”.

Afuera el cielo se pone gris de golpe y caen gotas inmensas. Hay que correr: “a entrar la ropa!!!!!”...y empieza otro juego más, como en cualquier casa. Mejor dicho: como en cualquier hogar.

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